domingo, 24 de mayo de 2009

MEMORIA DE VIDA









Todos dicen que a mi abuelo Esclarecido se le ha ido la cabeza hace ya mucho tiempo. Bueno, todos, todos, no. Lo dicen todos menos su amigo don Certero con el que todavía se va a cortar olivos para sacar una leña que-como él dice-, cuando arde en la chimenea, se escucha la voz de la tierra. Y tampoco lo digo yo. Y es que mi abuelo se ha ido quedando poco a poco muy solo. Con el paso de los años, él ha ido cumpliéndolos mientras se despedía de los pocos retazos de vida que compartían su biografía. Y, sin embargo, él decía que a los muertos hay que dejarlos solos porque solos han querido emprender un viaje del que todos conocen los billetes pero nadie sabe los itinerarios. A mi abuelo ya sólo le queda don Certero y cuando se ponen a hablar me parece que se inventan el tiempo. "¿Cómo se puede hablar de los muertos si no es en el pasado?", pienso cada vez que los oigo mientras dibujan en el suelo con la punta del bastón cosas que jamás he llegado a entender.



Yo no creo que a mi abuelo se le haya ido la cabeza. Mi madre dice que es cosa de los años, que a los viejos les da por ahí, como si mi abuelo, igual que un juguete estropeado, soólo sirviera para cubrirse de polvo y ocupar un sitio en el trastero. Yo no creo que mi abuelo sea eso. A mi me gusta mucho hablar con mi abuelo aunque a veces yo no comprenda myu bien las cosas que me cuenta. Pero nada mas que con oírle, con que me relate sus cosas, yo me siento un poco más mayor. Todo lo que sé lo he ido aprendiendo en las historias de mi abuelo. Y sé de pájaros porque mi abuelo habla con los pájaros. Bueno, para ser exactos, canta con ellos,porque mi abuelo se pone y hace como cualquier pájaro. Lo mismo es el petirrojo que una abubilla, la totovía que el cárabo, y cuando cuchichía como una perdiz, no hay reclamo en el pueblo que lo haga mejor.Por mi abuelo he sabido que por san Blas la cigüeña crotorea ya en el campanario de la iglesia. Pero cuando de verdad hay que ver a mi abuelo es en la primavera, debajo de un almendro viejo, confundiendo a los machos de colorin con su canto. Y también en los palomares, zureando como el más bravío. Lo único que no hace es la urraca porque dice que le trae mala suerte y le desaparecen luego sus cosas del cuarto.



Mi abuelo me ha querido enseñar todos los pájaros aunque yo sólo he podido aprenderme unos pocos. A mí, en el fondo, el único que me sale bien es el chamaríz.



Y por eso la gente dice que a mi abuelo se le ha ido la cabeza. Yo creo que están equivocados porque, en realidad, nunca se han detenido a escuchar a mi abuelo con el cuento de sus cosas.Y como yo creo que ahora son sólo don Certero y mi abuelo los que se entienden, pues por eso va la gente por ahí con la cantinela de que se le ha ido la cabeza. A mi me parece que es porque no le entienden.



A veces a mi abuelo se le amontonan los silencios y, cuando por fin los vence, es como si el recuerdo se convirtiera en palabra y tomara la forma de un cuento. Mi abuelo tuerce la boca y dice que el miedo es frío como la mojama pero que a todos los hombres les gusta pasarlo. Y que por eso, en la Cueva hay que tener mucho cuidado: es necesario mirar el pie antes de dar el paso. Y en ese instante mi abuelo se queda callado, agacha la cabeza, hundiendo la barbilla en el pecho, y empieza a dibujar con el bastón en el suelo traos muy raros que de pronto borra con las suelas de las zapatillas de paño en un movimiento urgente de los pies. Yo creo que mi abuelo escribe algo en la tierra, algo que debe ser como mágico porque cuando se acercan alli los perros, merodeando una caricia, no sólo nunca pisan donde él ha escrito, sino que salen corriendo dando gañidos. Y don Certero le dice: " Esclarecido, no te pongas pesado con los garabatos". Y entonces mi abuelo levanta los hombros, echa la cabeza hacia atrás y le responde: "No me regomelles", zanjando la cuestión al momento. Además a mi me da, que en más de una ocasión, yo he distinguido en el suelo algo parecido a letras que se repiten. Pero, claro, deben ser figuraciones mías porque mi abuelo no ha sabido nunca escribir ni leer.


Yo hago oidos sordos a todas esas habladurías que repiten que a mi abuelo se le ha ido la cabeza. Lo que pasa es que la gente no se para a escucharlo con atención.Bueno, pararse, lo que se dice pararse, sí se paran pero es para preguntarle cómo va de salud o cómo estála familia, y para decirle, con el tonillo de condescendencia que se les da a los locos, "¿Qué, Esclarecido? Con tus cosas de siempre ¿no?" Y si sonríen cuando le preguntan eso es porque se refieren a las historias que mi abuelo cuenta de la Cueva y que nada m´sd que él y don Certero saben. O, por lo menos, yo sólo se las he oido a ellos dos.


Una vez discutieron mi abuelo y don Certero. Y aunque ellos no se dieran cuenta, yo pude observarlo todo: estaba en la cama por culpa de la fiebre de las anginas, y ellos cuidaban a la burra que estaba a punto de parir a Cooperante, el borriquillo que nos ayuda en las tareas del campo. "Si es que eres un bocazas, Certero".

¿Para qué tuviste que ir por todo el pueblo con la historia de la Cueva? Si por lo menos me hubieras avisado...", dijo mi abuelo mientras punteaba el suelo con severos golpes de bastón. "Yo creía que no tenía importancia, que se quedaría en una de las muchas leyendas que la gente cuenta. ¿Quién iba a darle crédito?" , le respondió don Certero con el tono compungido del arrepentido. "Quién iba a darle crédito? Pués ya lo viste: ¡el pueblo entero!", gritó mi abuelo. "Si yo lo dije de corrido, como si fuera una gracia", se intentó justificar don Certero. !¿Y qué querías, que la cosa se quedara como un higo esperando a madurar en la rama?", intervino mi abuelo con un deje de ironía. "Esclarecido, creéme, yo nunca pensé que las cosas fuesen a llegar tan lejos", se disculpó don Certero.


Discutieron como lo que eran, como dos viejos amigos que se conocen demasiado. Y yo pensé que mismo deberían hablarse cuando eran jóvenes y se disputaban a las chiquillas en las verbenas. Discutieron pero sin insultarse, como dicen que los mayores se pelean consigo mismo por las mañanas delante del espejo cuando se afeitan. Pero, para que el asunto no llegara a mayores, mi abuelo se callaba de golpe y empezaba a liarse un cigarro. Se sacaba de un bolsillo lateral de la chaqueta de pana el librito de papel y el paquete de tabaco. Y entonces empezaba con la faena de mover los dedos muy despacio como el experto que maneja una miniatura muy preciada. el cigarro surgía de pronto entre sus dedos como una obra maestra.


Yo creo que hay dias en los que, a pesar de todo, mi abuelo no encuentra su pasado. Parece entonces que el tiempo no le pertenence. Y hay quienes dicen que mi abuelo desvaría, que se le queda la mente blanca como la nieve. Pero a mí da que mi abuelo, en lo mas hondo de su persona, acuna el olvido como si fuera un niño chico. Y acaricia la persona que antes nunca fue, como dicen que los jovenes nombran a sus novias en la soledad de sus deseos. Y en su memoria mi abuelo ya no es el hombre delgado, alto y con la cara con las mismas arrugas que el terruño. Pero todo eso no quiere decir que a mi abuelo se le haya ido la cabeza. A él le he oído repetir muchas veces que el recuerdo es como el tocino que, para llegar a saborear su valiosa curación, es necesario partirlo en tiras muy finas.


Mi abuelo dice que el recuerdo le habla dentro de él mismo, como si en su cabeza se encendiera una radio. Y que cuando le habla, es otro Esclarecido distinto al que se le aparecen cosas más allá de sus ojos. Mi abuelo dice que entonces se ente como un hueco que, de repente, se llena de nombres, de caras, de voces que toman posesión del lugar como el dueño que, después de mucho tiempo, vuelve a su casa y contempla los muebles llenos de polvo, los retratos torcidos, los almanaques detenidos en el último instante de una despedida. Y dice mi abuelo: "¡ Que bicho más raro es el pasado! A veces es como un gusano...". Y uno facilmente se imagina que el pasado es un gusano que anda debajo de la piel, debajo de la tierra, cavando galerías como la carcoma hace en la madera.


Por eso cuando mi abuelo se pone así y mi madre se alarma con lo de llevarle urgentemente al médico, yo creo que él se hace como el dormido, estando despierto, y confunde a todo el mundo. A todos menos a mi. Y ahí mi abuelo me suelta: "Tabardillo, que eres un tabardillo. ¡Tu eres más lista que el hambre!". A pesar de lo que me dice mi abuelo, a mí no me envanece el orgullo. Me lo creo porque me quiere y ya está. Ni más coba ni más historias. En esto he salido a mi abuelo. "Esclarecida tenías que llamarte", me dice él como queriendo darle sentido al destino mientras a mí me ronda el alma la nostalgia de lo que podré llegar a ser.


Yo sé que hasta en las mesas de railite azul del bar dicen que a mi abuelo se le ha ido la cabeza. Pero eso no es que no sea verdad, sino que sencillamente es mentira. Mi abuelo ha sido siempre un maestro en la brisca y, para jugar a la brisca, hay que tener la cabeza más raso que una mañana de verano en las que hace ya calor antes de que reviente el sol por el borde de las montañas. Porque en el bar todos se pelean todavía por formar pareja con mi abuelo para jugar a la brisca y así no tenerlo de contrincante. Digan lo que digan, mi abuelo es un mago con los sietes: cualquiera diría que tiene un imán en las manos para hacerse con los cuatro sietes. Y claro, ¡así quién es el guapo que cambia las figuras de la muestra! Lo mejor de todo es que é juega charlando de asuntos que no tienen nada que ver con la brisca. Pues, un dia, después de la brisca, me cogió para salir del bar y, estando ya en la calle, me dijo "No olvides nunca que la vida es como un gallo: del pío-pío al ki-ki-ri-kí son cuatro dias mal contados. Agarra la vida como te venga pero agárrala fuerte. Que no se te escape, que cuando al gallo se le corta el cuello, ni pío-pío ni ki-ki-ri-kí: ¡a la olla y se acabó!". Y yo eso lo entendí muy bien porque me gusta mucho escuchar al amanecer cantar al gallo y me siento como la que tiene la llave para abrir la puerta de la habitación más preciosa.



No te fíes nunca de las lenguas-charlatanes de poca monta- murmuradoras de la gente que son como el baldeo que hacen las mujeres en las puertas de las casas: mojan pero no empapan, aunque manchen. Tu no seas tan zangolotina como ese medio mundo que va por ahi soltando la semilla de las malas hierbas y encima pone cara de comunión diaria". Aunque no se le notase mucho, sé que lo decía con la voz teñida de lamento porque me puso la mano en la nuca, en el mismísimo lugar de los pescozones. Y eso lo hace mi abuelo sólo cuando algo le duele más que una enfermedad.


Don Certero dice que ya ni se acuerda, porque los dos eran muy jóvenes, pero que debió de ser una mañana de domingo, y que era invierno porque él cogió una pulmonía de la que a duras penas salió a fuerza de cataplasmas y y caldos con yema cuajada. Subieron a la Cueva lo mismo que pudieron ir a Aguaslimpias o darse una caminata hasta Lanuza. Optaron por la Cueva quizás por aquello de la cercanía. Y don Certero se peina el bigote con las uñas en un gesto innecesario porque su bigote está ya tan recortado que más parece una procesión de pelos esmirriados. El caso es que se atusa el bigote como si entre los pelillos canososse encontrase el hilo de la telaraña con el que teje su narración. Y cuenta que se metieron muy dentro de la Cueva y que, en un momento dado, mi abuelo tropezó con una piedra alargada que no pudo mover. Lo intentaron los dos sin conseguirlo. Y luego mi abuelo descubrió que la piedra tenía algo como dibujado. Pero como estaban totalmente a oscuras, no pudieron distinguir nada. Aquí don Certero se calla. Guarda un silencio muy largo que o bien sirve para ocultar el secreto de una noticia o bien, para urdir la trama de una fabulación fantástica. Yo creo que es por lo primero, que es para no dar demasiados detalles. Y lo que a continuación cuanta don Certero es que mi abuelo Esclarecido subió otras muchas veces a la Cueva, pero ya solo. Y dice que durante mucho tiempo mi abuelo guardó en su cuarto un papel con cosas escritas que él juraba que eran las mismas que tenía aquella piedra. Pero nunca consintió en enseñárselo a don Certero. Y que más de una vez discutieron por eso, pero que discutieron sin llegar nunca a insultarse, como dicen que los mayores se pelean a veces con su propia sombra. Y que ya de grandes, cuando discutían por ese asunto, mi abuelo zanjaba el tema callándose de golpe y sacándose de la chaqueta de pana el papel y el tabaco de liar.


Cuando yo me quedo totalmente eclipsada es cuando, desde la era del caserón, le da por ponerse a describir el campo. De lo que mi abuelo habla yo no puedo identificar nada. Los pinares donde los gavilanes cazaban pinzones son más bien laderas resecas como única patria de los conejos. A lo largo del cauce del rio debería de haber tantas vides que tendríamos en el pueblo más vino que agua. Y en dirección a Lanuza los pinos daban las piñas mas grandes del mundo. O como cuándo se emperra en que en la Cueva hay un mensaje secreto, escrito en la pared de piedra, que elque lo lea podrá conocer la mágia del tiempo que no pasa. Y dice que de la época de los romanos alguien escribió: In hoc signo vinces, que según el cura viene a decir algo así como Con este signo vences. Y para aclararlo pone voz de homilía y cuenta que cuando un tal Constantino iba a luchar un día contra el aguerrido Magencio, se le apareció milagrosamente en el cielo una cruz que llevaba escritas esas palabras. Y después , con la voz ya más campanuda, sentencia mientras levanta un brazo acusador: "Ergo, en situación difícil, la Cruz siempre nos hará superar todos los obstáculos". Y yo nunca me he enterado de lo que quiere decir, porque si el latín dicen que es lengua muerta, la aclaración del cura es, por lo menos, para sermón de difuntos. Pero que eso del signo está escrito en la Cueva; ¡vamos!, mi abuelo lo repite con la insistencia del primer número de una tabla de multiplicar. Y así, todo. Pues bien, por más que yo me fijo muy bien en la dirección señalada por el bastón de mi abuelo -como si quisiera subrayar en el aire cuanto refiere por su boca- , a remate todo se me aparece distinto a lo que él dice, con la parsimonia que le pone a las palabras como si fuera por medio de ellas dibujando poco a poco las cosas con el perfil claro de los mapas.


Digan lo que digan por ahí, a mi abuelo no se le ha ido la cabeza; a mi abuelo lo que le pasa es que la vida ya le ha llenado el alma de silencio y la memoria se le ha poblado de vacíos. Y es que mi abuelo se parece mucho a un caracol que, a paso muy lento y solitario, tira a cuestas de su historia. Porque yo creo que a mi abuelo Esclarecido le viene durando la vida más que un libro entero de historia. "No te duermas ante la vida", me ha dicho él muchas veces. "Ni pegar ojo frente al mundo" me ha repetido. "Que para dormir siempre tendrás toda una eternidad". Y entonces se calla y luego saca del bolsillo de la chaqueta de pana el papel y el tabaco de liar.




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